Reabre El Picadero: la Ciudad recupera un teatro símbolo de resistencia cultural

Fue fundado en 1980; en 1981 incendiado intencionalmente y hace unos años estuvo a punto de ser demolido para levantar una torre pero una ONG, actores y vecinos lo impidieron. Será una sala con 295 butacas.

El Teatro El Picadero, en el pasaje Enrique Santos Discépolo

Está en un pasaje silencioso, ubicado en diagonal entre Corrientes y Riobamba, y Callao y Lavalle. En un pasaje que resulta un respiro en pleno centro de la ruidosa Buenos Aires. El mítico Teatro El Picadero, que está en Enrique Santos Discépolo 1857, que fue icono de la resistencia cultural en los años de la dictadura y que fue destruido por un incendio intencional en 1981, que tuvo algún intento de volver a funcionar años después y una amenaza de demolición para convertirse en torre, reabre sus puertas hoy, después de 31 años, a partir de la iniciativa del productor y empresario teatral Sebastián Blutrach.

El teatro fue hecho a nuevo, el espacio principal cuenta con 295 butacas distribuidas en forma semicircular. En el hall habrá un espacio gastronómico temático, una gran terraza para fines múltiples en la que no se descarta que se hagan funciones al aire libre durante el verano, como también diferentes lugares para la comodidad tanto del artista como del espectador. El espacio fue reformulado por el arquitecto Gustavo Keller y el consultor técnico fue Marcelo Cuervo.

El Picadero es un emblema del teatro independiente. Fue inaugurado en 1980 por Guadalupe Noble y el actor y director Alberto Mónaco. Allí se desarrolló inicialmente Teatro Abierto, un movimiento de resistencia cultural durante la dictadura, un ciclo de obras de autores de trayectoria como Aída Bortnik, Eduardo Pavlovksy, Griselda Gambaro y Roberto “Tito” Cossa. La dictadura quiso callar ese espacio, que fue destruido por un incendio intencional el 6 de agosto de 1981, a pocos días de comenzado el ciclo. Quiso callar esas voces, la libertad de expresión, pero no pudo, el efecto conseguido fue el contrario: el ciclo continuó en el teatro Tabarís, en plena avenida Corrientes, y fue un éxito. Pero del Picadero sólo quedó la fachada de estilo florentino.

Tras años de abandono y algunos intentos fugaces para que vuelva a funcionar, en 2001 se reinauguró a partir de la inversión del empresario Lázaro Droznes y la dirección de Hugo Midón, pero la crisis no permitió que esa reapertura fuera duradera.

En 2007, la constructora D Buenos Aires había empezado a demoler el teatro. La idea era sumar ese terreno a otros que había comprado en la unión de Corrientes con Riobamba y el pasaje Santos Discépolo para levantar una torre. Un integrante de la ONG Basta de Demoler vio el cartel de obra al pasar por el lugar, por lo que se recurrió a la Justicia ya que una ley ordena que cuando se demuele un teatro se debe construir otro similar, y se consiguió una medida cautelar para impedir que se lo demoliera. Contó con el apoyo de actores, personalidades de la cultura y vecinos.

Hubo un acuerdo: el inversor del proyecto edilicio se había comprometido a reconstruir y reabrir el teatro. Y lo había empezado a llevar a cabo, asesorado por el escenógrafo Héctor Calmet, en consonancia con la obra de la torre. Pero luego decidió vender el Picadero.

Ahí apareció Sebastián Blutrach, director del teatro Metropolitan, productor teatral e hijo de productores teatrales, que el año pasado compró la sala y la renovó con intenciones de revivir la vida artística. “El anterior dueño me dio facilidades de pago en el tiempo para comprar la sala y yo me comprometí a hacer una obra costosa e inaugurar en tiempo y forma. Había tiempos de inauguración y entré a trabajar en la obra sin presupuesto para llegar a cumplir con los plazos. En todo esto, la visión empresarial quedó al margen, si no estaría muy deprimido. La inversión que tuve que hacer no se condice con una sala de 290 lugares. Para realmente ponerlo en valor y que no sea una lavada de cara, lo que tuve que invertir no es recuperable.”, señaló el empresario teatral en una entrevista al diario Tiempo Argentino. La inversión que tuvo que hacer fue fuerte: más de 3 millones de pesos para recuperar el edificio y convertirlo nuevamente en un teatro.

Ese predio no nació como un teatro, sino que surgió como una fábrica de bujías. Fue construido en 1926 por A. Carte y diseñado por el arquitecto milanés Benjamín Pedrotti (quien también proyectó la sucursal de la tienda Gath & Chaves de Florida y Sarmiento). Allí se producían las bujías Bosch. En los años 20, el representante en el país era Don Armido Bonelli. A raíz de la Primera Guerra Mundial, la marca fue expropiada por el gobierno de los Estados Unidos y pasó a llamarse American Bosch. De ahí las siglas “AB” y la cara del aviador alemán “Fritz” que se pueden ver en la fachada.

Blutrach cortará la cinta de la sala en un acto que se realizará hoy a las 18 y en el que estarán presentes el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi; el presidente de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales, Carlos Rotemberg; el titular de Argentares y emblema de de Teatro Abierto, Roberto “Tito” Cossa, y otras personalidades de la cultura.

El martes 29 de marzo, una semana después de que se inaugure, se estrenará la primera producción: el musical “Forever Young”, dirigida por Daniel Casablanca. Y Buenos Aires recupera un espacio preciado.

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