El último viaje de los vagones centenarios de la línea A

IMPRESIONES - Ayer circularon por última vez. Fue un recorrido con nostalgia. El ramal, cerrado desde hoy y hasta el 8 de marzo inclusive.
La escena se repetía en cada estación: pasajeros que fotografiaban cada coche viejo que pasaba (Foto: Télam)

No fue un viaje más. No se trató de aquel viaje de cada mañana para ir al trabajo, o a la facultad, que la rutina convierte en un tedioso trámite, olvidable, sobre todo porque en Buenos Aires usar el transporte público no es compatible con la frase “el viajar es un placer”. Este fue especial, porque fue el último. Porque desde el sábado esos antiquísimos vagones belgas de madera, que son una parte importante de la historia porteña y del país, dejarán de funcionar y empezarán a ser renovados por otros, modernos, de origen chino.

Había muchísima gente en el andén de la estación Plaza de Mayo, cabecera de la línea A, que hacía dudar si se trataba de un 11 de enero, o si era en realidad 11 de marzo, o de junio. Y la espera fue distinta a la de cualquier otro día: chicos, jóvenes y grandes con cámaras de fotos, filmadoras o celulares en mano que aguardaban la llegada de alguna formación de madera, “las Brujas”, como le dicen cariñosamente a los vagones de “La Brugeoise”, la empresa de Bélgica que los construyó y los envió desde su capital, Brujas, y que funcionaron desde su inauguración, en diciembre de 1913, hasta ayer. Fueron las formaciones en funcionamiento más antiguas del mundo.

Antes de que el tren llegara y empezara el último “viaje simbólico” (porque el último fue el de las 22:50), el secretario general de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y el Premetro, más conocidos como los metrodelegados, Roberto Pianelli, dijo que era “un día triste” y que “sacarlos de acá realmente es una picardía porque tienen un valor histórico y cultural gigantesco”. Y contó que habían planteado que la renovación no se hiciera hasta el “primero de diciembre de este año, porque estos coches cumplen 100 años, este subte cumple 100 años, hay pocos en el mundo que tienen 100 años, excepto el de Londres y el de Nueva York. Estos coches fueron los que inauguraron la línea”.

También dijo que “a diferencia de lo que han dicho funcionarios que en verdad no conocen nada, estos coches no tienen problemas de seguridad. La línea A tuvo solamente un accidente cuando un energúmeno puso una bomba. Nunca tuvieron accidentes, son subtes súper seguros, que tienen un sistema mecánico, no electrónico, pero siempre han funcionado bien”.

Y delante de todas las cámaras que cubrían el acto, remató con tono alarmista: “vamos a tener muchos menos trenes de los que tenemos funcionando, por ende la gente va a viajar mucho más hacinada, pero con aire acondicionado”.

Poco después llegó la formación de madera, pintada de gris en la parte superior y de azul en la inferior, pero que en realidad tiene un inmenso grafiti, producto de noches en las que la seguridad falló y pintores transgresores estamparon su “arte”.

Subieron delegados y trabajadores del subte, también algunos que se jubilaron, legisladores de distintas fuerzas opositoras porteñas y usuarios que hoy se convirtieron en visitantes de un museo rodante. Casi todos sacaban fotos de cuanto rincón del vagón podían. De repente, el vagón quedó atiborrado de pasajeros, que formaba un escenario que nada tenía que envidiarle a un día que no fuera de este enero vacío en Buenos Aires, pero sin el malhumor. Adentro un trabajador esperaba con una guitarra, que antes de tocar dijo “vamos a regalarles un poco de música, para que el viaje sea más ameno”. Lo hizo a lo largo de todo el recorrido entre Plaza de Mayo y Primera Junta.

La formación arrancó, y tanto adentro como en el andén estallaron los aplausos, seguido de gritos de “Macri botón” y de “las brujas no se van”. Los aplausos se repitieron un ratito después, al llegar a la estación Perú, y así fue durante todo el trayecto hasta llegar a Primera Junta, ya que no lo hizo hasta Carabobo, la última estación. En el ínterin, el guarda tocaba el silbato para anunciar que la puerta se cerraba para seguir camino. Y se mezclaban quienes sacaban fotos en los andenes con quienes buscaban entrar para trasladarse como lo hacían habitualmente.

Era la última oportunidad de usar esos asientos de madera, eternos, en la que se sentaron tanto hombres que usaban galeras como jóvenes que llevan tablets para hacer más llevadero el recorrido. Era la última oportunidad de agarrarse de las argollas plásticas, de mirar las luces fugaces del túnel al pasar. Era la última oportunidad de ver esas tulipas que portaban lamparitas que daban una iluminación tenue. Era la última oportunidad de sentir ese bamboleo tan característico de esos coches que a más de uno, tanto antes como hasta ayer, le daba la impresión de que descarrilara. Era la última oportunidad de abrir esas puertas manuales para entrar o abandonar el coche. Era la última oportunidad de saber que uno estaba transitando en un vagón que forma parte de la historia porteña y del país.

El viaje terminó en Primera Junta, donde esperaba Horacio Fontova. Guitarra en mano, cantó: “Me contaron que bajo el asfalto existe un mundo distinto con gente que nunca vio el sol”. Muchos pasajeros y trabajadores acompañaban con palmas, otros aprovechaban que la formación que había dos formaciones en los andenes centrales para sacarse una foto.

Mientras la música inundaba el andén, una pareja de abuelos que caminaban muy despacio salían del vagón. La mujer le decía a su compañero: “La pucha… estos trenes son más viejos que nosotros pero están más enteros, no entiendo porqué los sacan si todavía tienen mucho para dar”. Quienes escucharon esa frase soltaron una sonrisa, pero con una mirada de nostalgia.

Es que por esas cosas del progreso, el tranvía le dio paso al colectivo, y el subte, que nació un primero de diciembre de 1913, ganó protagonismo en la vida cotidiana de los porteños, que a pesar de los aumentos, los paros y el servicio que dista muchísimo de ser el ideal, lo siguen eligiendo porque es un medio rápido para llegar al centro o volver a los diferentes barrios de la Ciudad.

Hoy, ese progreso y la decisión política de un Gobierno capitalino que tomó las riendas del servicio después de un año de largo conflicto con la Nación, mandó a jubilar esos coches eternos para reemplazarlos por unos modernos, de origen chino, suspensión del ramal dos meses de por medio.

Esos vagones eternos, que tenían cuerda para rato y hasta ayer formaron parte del día a día de los porteños, hoy tristemente se convierten en parte del pasado.

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