Fue el brazo ejecutor y símbolo del terrorismo de Estado. Fue hallado fallecido en la cárcel, donde cumplía condena por delitos de lesa humanidad.
Videla, en una de las últimas jornadas de juicio por crímenes de lesa humanidad
Los argentinos tienen muchas formas de definir a Jorge Rafael Videla: dictador, tirano, asesino, genocida, hijo de puta. El repudio casi unánime de la ciudadanía es la lógica consecuencia del accionar de un hombre que hizo del terror un medio para instrumentar profundos cambios económicos y sociales en el país a través de una sangrienta dictadura que comenzó el 24 de marzo de 1976 y cuyo mandato a la fuerza se extendió por cinco años. Murió ayer, a los 87 años, preso en una cárcel común del penal de Marcos Paz, condenado a cadena perpetua por estar a la cabeza de un plan sistemático de desaparición de personas y el robo de bebés.
Ese militar de rostro aguileño, impertérrito, tomó el poder mediante un golpe de Estado autodenominado Proceso de Reorganización Nacional y se quedó en la Casa Rosada hasta el 29 de marzo de 1981. Por el tiempo en que permaneció y por las aberraciones que ordenó, se convirtió en un símbolo de la última dictadura, que terminó en 1983.
Jorge Rafael Videla falleció
por muerte natural en la celda del penal de Marcos Paz a las 8.25, según
precisó el parte médico. Murió con dos condenas a cadena perpetua de 2010 por
la desaparición de 31 detenidos y a otros 50 años, en 2012, por el robo de
bebés nacidos en cautiverio en centros clandestinos de detención. Fue condenado con un
juicio justo, como debe ocurrir en cualquier gobierno democrático, algo que no
permitió cuando ejerció la presidencia de facto. Murió solo, sin arrepentirse y
se llevó consigo los más oscuros secretos de los años de plomo.
El genocida fue encontrado
por el médico de guardia de la prisión “sentado en el inodoro de su celda y
luego que constata que el mismo no presenta signos vitales”, según informó el
parte oficial del Servicio Penitenciario Federal enviado a la Justicia. El juez
federal de Morón, Juan Pablo Salas, que tiene jurisdicción en el penal en el
que falleció Videla, dispuso que se le practique la autopsia al cuerpo en la
Morgue Judicial “como un trámite de rigor y para despejar cualquier tipo de
dudas, dijo una fuente judicial.
La noticia para algunos
resultó un motivo de satisfacción, algo que fue evidente en las redes sociales.
Para otros fue de lamento porque se murió sin contar todo lo que sabía de esos
años de dictadura que secuestró e hizo desaparecer a 30 mil personas y robó a
unos 500 bebés.
La clase política,
organizaciones de derechos humanos y sobrevivientes coincidieron en destacar
que el dictador haya muerto en prisión condenado a las penas máximas por
violación de derechos humanos, y a la vez lamentaron que siempre se negara a
dar información sobre los desaparecidos.
Por Casa Rosada, quien se
refirió a lo sucedido fue el vicepresidente Amado Boudou, al señalar que “esta
muerte trae a la memoria una etapa espantosa de nuestro país, una etapa de
dolor y muerte por el genocidio de la última dictadura militar”. Y resaltó que
“terminó su pida preso en una cárcel común, juzgado por una justicia de la
democracia argentina y condenado por genocidio”. Lo hizo al término de un acto
en el Senado en el que se homenajeó al ex presidente de Brasil Luiz Inacio Lula
Da Silva.
Por su parte, el secretario
de Derechos Humanos de la Nación, Martín Fresneda, dijo que “el Estado no debe
celebrar la muerte de nadie, sí consagrar que hubo justicia”.
El jefe de Gobierno porteño
Mauricio Macri, sostuvo que “Videla nos recuerda lo que nunca más queremos en
la Argentina”.
Nora Cortiñas, de Madres de
Plaza de Mayo Línea Fundadora, expresó que “desde mi sentimiento no festejo la
muerte” y agregó que los dictadores “se mueren y se van con los secretos más
importantes de la historia”. En similar sentido opinó el Premio Nobel de la
Paz, Adolfo Pérez Esquivel, que dijo que Videla “nunca se arrepintió de los
crímenes y se llevó mucha información” pero “los militares guardan todo y eso
algún día va a salir a la luz”.
La presidenta de Abuelas de
Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, manifestó estar “un poco más tranquila de
que un ser despreciable ha dejado este mundo”. Y acotó que “la historia
seguramente considerará el genocidio que sufrieron los argentinos, el oprobio
de la dictadura cívico-militar que encabezó y de la que no se arrepintió”.
Y la agrupación Hijos se
manifestó “feliz” por el hecho de que el genocida “no murió impune” sino
“condenado y en una cárcel común”.
Jorge Rafael Videla nació el
2 de agosto de 1925 en Mercedes, provincia de Buenos Aires, en el seno de una
familia que tenía una fuerte impronta política. Comenzó su carrera militar en
1942 y con el paso de los años fue ascendiendo. Y fue la entonces presidenta
Isabel Martínez de Perón quien lo nombró comandante en jefe del Ejército, a
quien junto a Emilio Massera –por la Armada- y Orlando Agosti –por la Fuerza
Aérea- derrocaron la larga noche del 24 de marzo de 1976.
Videla fue el brazo ejecutor
que necesitaba el establishment para implementar la política económica liberal.
Aquel autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, por medio del ministro
de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, destruyó la industria nacional, echó
por tierra derechos laborales, propició la devaluación, no frenó la inflación,
disparó la deuda externa y generó la nefasta “bicicleta financiera”, una
carrera del peso contra el dólar que destrozó el ahorro nacional. Las huelgas
estaban prohibidas y los sindicatos, intervenidos para que no haya resistencia
al congelamiento de salarios. Muchos argentinos quedaron en la pobreza, sin
empleo y desesperanzados.
Como era de suponerse, el
dictador nunca reconoció a la justicia civil. La volvió a desconocer el pasado
martes en su comparecencia ante los tribunales federales de Retiro por el
juicio por el llamado “Plan Cóndor”, la coordinación de la represión ilegal
entre gobiernos de facto latinoamericanos, para prestar declaración
indagatoria. “Como lo hiciera antes, quiero manifestar que este tribunal carece
de competencia y jurisdicción para juzgarme por los casos protagonizados por el
Ejército en la lucha antisubversiva”, había dicho, más allá de que se había
negado a declarar.
“Asumo en plenitud mi
responsabilidad castrense por lo actuado en el Ejército en el marco de la
guerra contra el terrorismo con total prescindencia de mis subordinados que se
limitaron a cumplir mis órdenes y a quienes voy a acompañar en prisión como
presos políticos hasta tanto el último de ellos recobre su ansiada libertad”,
dijo, sin que se le moviera un pelo, en su última aparición pública.
El genocida había sido
condenado en 1985 a reclusión perpetua en el emblemático Juicio a las Juntas,
en el que también fue destituido de su cargo militar. Pero fue indultado en
1990 por el ex presidente Carlos Menem. Pasaron 8 años para que volviera a
prisión, pero domiciliara, en una causa por robo de bebés. En 2008 perdió ese
beneficio y fue alojado en el penal de Marcos Paz. En 2010 fue juzgado en
Córdoba, sentenciado a prisión perpetua por el asesinato de presos políticos. Y
el 5 de julio de 2012 recibió otra condena, a 50 años de cárcel, por ser
responsable de la puesta en marcha del plan sistemático de robo de bebés,
aunque esta sentencia está apelada y la sala III de la Cámara Federal de
Casación Penal todavía no resolvió.
Videla es recordado y
repudiado por una frase que quedará para siempre en la memoria de la
indignación argentina. “Le diré que frente al desaparecido en tanto esté como
tal, es una incógnita. Mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento
especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo, está desaparecido”.
La pronunció en 1979, en plenos días del nefasto Proceso, en una rueda de
prensa en la que se le preguntó por los casos de desaparecidos denunciados por
organismos de derechos humanos. Así, se convirtió en el autor intelectual que
resignificó la palabra “desaparecido”, ya que a partir de ese momento el término fue asociado
directamente con la dictadura y desnudaba el mecanismo utilizado para enfrentar
a todo opositor al régimen.
En el libro “Disposición
Final”, escrito por el periodista Ceferino Reato a partir de una serie de
entrevistas que le realizó al represor entre octubre de 2011 y marzo de 2012 y
publicado más tarde ese mismo año, admitió la desaparición de personas.
“Pongamos que eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir para
ganar la guerra contra la subversión”. Cinismo puro.
El plan de Videla para una
larga estadía en el poder inlcuyó la elección de Argentina como sede del
Mundial de Fútbol de 1978, que resultó un instrumento de distracción a nivel
interno y mostrar una cara distinta del país a nivel internacional, porque
afuera se sabía lo que pasaba fronteras adentro. A pocos metros del Estadio
Monumental, donde reinaba la algarabía, en la Escuela de Mecánica de la Armada
(ESMA), reinaba la muerte.
Convencido de que el camino
para “disciplinar a una sociedad anarquizada” y “salir de una visión populista,
demagógica” –en referencia al peronismo- era el exterminio, la última
provocación fue en marzo en declaraciones hechas al semanario español Cambio
16, cuando llamó a los militares a tomar las armas para derrocar a la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
“Quiero recordarles a mis
camaradas, principalmente a los más jóvenes, que hoy promedian las edades de 58
a 68 años, que aún están en aptitud física de combatir, que en caso de
continuar sosteniéndose este injusto encarcelamiento y denotación de los
valores básicos ameriten el deber de armarse nuevamente en defensa de las
instituciones básicas de la República”, dijo.
A su entender, las
instituciones están “hoy avasalladas por este régimen kirchnerista encabezado
por la presidenta Cristina y sus secuaces, que, medrando con la sangre de los
otrora mal llamados jóvenes idealistas, continúan hundiendo a la patria en el
abismo anacrónico del marxismo”. Esas palabras generaron un repudio
generalizado en la sociedad, a tres décadas del retorno a la vida democrática
en el país.
Esas palabras quizás fueron
una reacción al gesto de reparación histórica que tuvo el 24 de marzo de 2004
el entonces presidente Néstor Kirchner, cuando ordenó descolgar su cuadro y el
de Reynaldo Bignone de la galería del Colegio Militar de El Palomar, y que
además en sus cuatro años de mandato promovió el enjuiciamiento de miembros del
régimen militar, algo que continúa hoy. Tanto Néstor como Cristina hicieron de
la “recuperación de la memoria” uno de los pilares de sus gobiernos. Quizás por
eso dijo que “los Kirchner son lo peor que le pudo pasar a la Argentina”.
Videla murió solo en su
celda, condenado y repudiado por la mayoría de la sociedad. No recibirá honores
militares cuando sea sepultado, ya que una resolución de la entonces ministra
de Defensa Nilda Garré inhabilita los funerales de integrantes de las Fuerzas
Armadas que hayan estado involucrados en causas de violaciones a los derechos
humanos.
“Si alguno quiere llorar, que
lo haga, pero que sepa que no llora a una buena persona, sino a alguien que
robó, mató y violó la Constitución”, dijo Estela de Carlotto. Son muy pocos los
que van a despedirlo. Porque la sociedad no olvida tanta aberración.
Nota con despachos de
agencias Télam, Noticias Argentinas, EFE, AFP y BBC.
sasasa
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