Aquí se editó por primera vez “Cien años de soledad” en 1967. Hizo una única visita al país, ese mismo año.
La consagración del escritor colombiano Gabriel García Márquez,
fallecido ayer a los 87 años en México, tuvo su punto de partida en Buenos
Aires, ya que en esta ciudad se editó por primera vez, en 1967, su novela
cumbre Cien años de soledad.
Más allá de la vasta obra que dejó, fue sin dudas la historia
y vida de la familia de Aureliano Buendía la que se convirtió en una de las más
destacadas de la literatura latinoamericana, y la que le dio a Gabo el
reconocimiento en todo el mundo, a tal punto de que varios años después de publicada,
en 1982, fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura.
Cien años de soledad,
que para este célebre autor durante años se llamó “La casa”, la publicó por primera vez la editorial Sudamericana en
1967 con una tirada inicial de ocho mil ejemplares, que se agotaron en dos
semanas.
En marzo de ese año, el editor argentino Francisco Porrúa
recibió en su casa las 1.300 carillas del manuscrito de la novela, acompañado
por una hoja en la que Gabo le decía: “Si a ti no te gusta, rómpelo. Olvidaré
esta novela”.
No la rompió. “Sentí que ese libro tal como estaba escrito
era la obra literaria que mucha gente estimaría durante muchos años”, dijo hace
un tiempo Porrúa. Y empezó a trabajar de inmediato para que saliera a la luz.
Esa novela atraía como un imán por la rica descripción de
Macondo, aquel mítico pueblo tan parecido a su Aracataca natal de Colombia y por
esa historia familiar de los Buendía, en la que la desmesura y lo insólito se
entremezclan. Y el escritor graficó que la imagen que sirvió como punta de
lanza para inspirarse a escribirla fue la de “un viejo que lleva a un niño a
conocer el hielo exhibido como curiosidad de circo”, según contó en una
entrevista.
Es inevitable no sumergirse en esa historia por el tono del
relato, algo en lo que influyó su abuela Tranquilina cuando Gabo era pequeño: “Contaba
las cosas más atroces sin conmoverse, como si fuera una cosa que acabara de
ver. Descubrí que esa manera imperturbable y esa riqueza de imágenes era lo que
más contribuía a la verosimilitud de sus historias”.
Al editor, que había leído previamente La hojarasca, Los funerales de la mamá grande y El coronel no tiene quien le escriba, ya
le parecía por entonces que estaba ante “un escritor extraordinario”. Quiso reeditar
esas obras en estas latitudes, “donde era un desconocido”, dijo. Pero Gabo le
respondió que ya las había publicado otra editorial y que no podía cedésrselas
en ese momento.
En cambio, le contó que estaba terminando una novela que podía
interesarle, y que había sido rechazada por otras editoriales. Por entonces
escribía en México, donde apenas subsistía, ya que no tenía dinero para enviar
el escrito al editor y como pudo junto algunos pesos para mandarla.
Le bastó leer las primeras cien páginas de aquella magnífica
obra para comprobar que lo que pensaba sobre García Márquez era cierto. Y
programó la primera –y única- visita del escritor a Buenos Aires.
Gabo llegó al país la madrugada del sábado 19 de agosto de
1967 junto con su mujer Mercedes Barcha, invitados por la editorial. Por
entonces la novela de 352 páginas costaba 650 pesos y ya estaba en las librerías
porteñas.
Las revistas especializadas elogiaron aquella primera
edición. Y la revista Primera Plana, que tenía como jefe de redacción al
escritor Tomás Eloy Martínez, bautizó a la obra como “La gran novela de América”.
“Después de publicado (Cien
años de soledad) nada fue igual que antes” dijo en más de una oportunidad el
escritor. Desde entonces se tradujo a más de 35 idiomas y se han vendido cerca
de 40 millones de ejemplares en el mundo en más de cien ediciones.
Pero, a pesar de que fue la ciudad que lo consagró, Gabo nunca
más regresó a Buenos Aires. Algunos dicen que fue por una superstición
manifiesta que tenía, ya que decía que no se podía volver al lugar en donde había
nacido su éxito, porque también allí podía nacer su fracaso. Solo él lo supo. Aquí
se hizo tinta su novela más emblemática. Pero dejó en todo el mundo una obra
que va a perdurar por siempre.
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