El diario
norteamericano The Wall Street Journal publicó en su edición de hoy un crítico editorial
de Mary Anastasia O’Grady titulada: “El derrumbe de la economía argentina”, en
la que afirma que en los diez años de “gobierno kirchnerista” se “logró
destruir la economía del país” y que la economía está “estancada”. Pero en el
que además describe a Buenos Aires como una “ciudad abatida”. Leé ese artículo
y enteráte qué otras cosas dice:
El derrumbe de la economía argentina
(Mary
Anastasia O’Grady – The Wall Street Journal, lunes 13 de enero de 2014, sección
Opinión)
Durante una visita a Buenos Aires que hice en noviembre,
noté que una sensación de premonición se cernía sobre la ciudad. La economía
estancada, la inflación en alza, el capital saliendo del país y los porteños de todos los ámbitos
preparados para una tormenta y resignarse a las penurias que llegarían a esta
ciudad portuaria.
La infraestructura de
la ciudad también parecía abatida. Los amplios bulevares y grandiosos edificios
del siglo XIX están cansados y roñosos y las calles huelen mal. Los grafitis
enardecidos y los afiches hechos tiras desfiguran las paredes, lo que
intensifica una sensación generalizada de decadencia sin ley. Destruir la
riqueza de una nación demora un largo tiempo, pero una década de kirchnerismo,
de gobiernos encabezados por Néstor Kirchner y su actual viuda Cristina
Fernández de Kirchner, parece estar lográndolo.
La situación se ha deteriorado en las últimas semanas. Una
salida también parece más difícil. Tres acontecimientos importantes en
diciembre elevaron la perspectiva de un descenso a un caos total. El primero se
produjo cuando la policía de la capital provincial de Córdoba decidió
súbitamente dejar de trabajar en protesta por sus bajos salarios. Los
delincuentes interpretaron la ausencia de policías como una invitación para saquear
la ciudad. Más de 1.000 negocios fueron saqueados y dos personas murieron.
El gobierno nacional podría haber ayudado al gobernador José
Manuel de la Sota, quien no es un aliado de la presidenta Fernández de
Kirchner. Pero se limitó a sugerir que la violencia era parte de un complot
para desestabilizar a la mandataria. Entre la espada y la pared, el gobernador
accedió a otorgar un aumento salarial de 33% a los policías, quienes retomaron
sus funciones. Pero los policías de otras 20 provincias aprendieron la lección
y se produjeron huelgas en todo el país, tras las cuales vinieron más saqueos y
violencia. Es probable que surjan renovadas presiones sobre los salarios del
sector público.
Detrás de la dificultad para pagarles a los empleados de las
provincias un salario decente radica el mismo problema que doblegó a Argentina
en 1989: la inflación. Según los
cálculos de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL),
un centro de estudios de Buenos Aires, la inflación alcanzó 3% en diciembre y
acumuló un alza de 26,4% en 2013. El aumento en los precios de los alimentos y
las bebidas llegó a 28,9%, dijo FIEL, a pesar de los reiterados congelamientos
decretados por el gobierno.
El gobierno dice que la inflación anual es de 10,5%. Sin
embargo, hay una desconfianza
generalizada hacia los números oficiales. Uno de los secuaces de la
presidenta despidió en 2011 al director del instituto encargado de medir la
fluctuación en los precios porque no le gustaban las cifras. Hasta el Fondo
Monetario Internacional tomó nota y en febrero de 2013 criticó a Argentina por
no divulgar al público información precisa.
El banco central se
ha dedicado a imprimir dinero y ha hecho que los argentinos vendan pesos cada
vez que pueden. Los controles de capital que han estado en efecto desde
2011 han hecho que esto sea cada vez más difícil, pero no imposible. También
han acelerado la fuga de capitales. La existencia de más vendedores que
compradores ha reducido el precio de la moneda local en las instancias en las que
se transa libremente. Aunque la tasa oficial de cambio es de 6,6 pesos por
dólar, la del mercado negro llega a casi 11 pesos por dólar.
El debilitamiento del
peso refleja la caída dramática de las reservas internacionales del banco
central, que descendieron casi 30% en 2013. El kirchnerismo, no obstante,
también ha destruido el capital al indicar a los inversionistas que los
derechos de propiedad y los contratos no son sacrosantos. La industria
energética, intensiva en capital, ha sido una de las más golpeadas. La
expropiación en 2012 de la participación de la española Repsol en la petrolera
argentina YPF es un ejemplo. Chevron decidió hace poco hacer una inversión en
Argentina, pero muchos otros han optado por quedarse al margen.
El congelamiento de
las tarifas ha mermado la inversión de las empresas eléctricas, lo que ha
aumentado la frecuencia de los apagones. El mes pasado, cuando se
dispararon las temperaturas veraniegas, grandes áreas de Buenos Aires se
quedaron sin luz durante días.
Cuando un país sufre disturbios, saqueos, cortes de
electricidad y una inflación galopante, lo normal es que las personas libres
busquen que sus líderes restauren la calma y el orden. Pero la presidenta ha
cultivado un perfil bajo. Tal vez sea porque en diciembre un grupo de
periodistas de investigación del diario La Nación publicó una serie de artículos
que decían que tanto Cristina como su marido, quien falleció en 2010, se
enriquecieron con un programa de obras públicas en su provincia natal de Santa
Cruz.
Los reporteros señalan que un testaferro de los Kirchner
asumió el control de un puñado de empresas constructoras de Santa Cruz y,
posteriormente, consiguió una serie de contratos de obras públicas a precios
inflados. La Nación agrega que el mismo contratista le dio a los Kirchner
sobornos importantes al lavar dinero a través de hoteles en Santa Cruz que
pertenecían a la primera pareja. La presidenta niega todas estas acusaciones y
dice que provienen de los fascistas.
Después de 10 años de gobiernos kirchneristas, el poder
ejecutivo ahora controla la mayor parte del poder judicial. Es improbable que los
llamados para una mayor transparencia lleguen muy lejos. Por otra parte, una
espiral inflacionaria agota la paciencia y una población que se siente tan
impotente como la de la Argentina actual en algún momento se hará escuchar.
Fuente:
Diario The Wall Street Journal, lunes 13 de enero de 2014, sección
Opinión.
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